DISPARADOR: “ Vivimos una época curiosa: la ciudad es exaltada y al mismo tiempo se practica a menudo una arquitectura urbanicida. O tal vez sea más exacto decir que esta arquitectura es expresión de unos procesos urbanos negadores de la ciudad. Un urbanismo del miedo, del miedo a la ciudad. […] Un urbanismo de mercado , que en vez de confrontarse con sus efectos desequilibrantes se adapta a sus dinámicas, vende la ciudad al mejor postor y deja que se extienda una urbanización difusa que multiplica las desigualdades sociales. ”
Jordi Borja. Revolución urbana y derechos ciudadanos.
PARTE I – CAMINANDO LA CIUDAD

¿Qué está pasando en este sector de la ciudad?
Desde Diagonal Norte y Florida comienza una caminata que nos lleva por calles peatonales y luego por avenidas muy transitadas, de repente, algunas calles desoladas. Atravesamos un mar de personas, individuos concentrados en sus actividades que inconscientemente los transforma en una colectividad con intereses semejantes, que comparten transporte público, recorridos, horarios laborales que condicionan el resto de sus actividades cotidianas, y en muchos casos pertenecen a un mismo estrato social.
Mientras nos sumergimos en la vorágine de la ciudad, y en la multitud de personas, también nos topamos con el consumo. Locales de consumo por doquier, que a priori intentan ayudarnos a satisfacer necesidades. ¿Necesidades?.
Luego, automóviles. En cantidades descontroladas, con crecimiento poco sostenible.
Volvamos a mirar.
¿Qué procesos urbanos están determinando a este sector de la ciudad?¿Cómo influye esto sobre las personas? ¿De quién es esta ciudad?
En las calles peatonales a pocos metros de las más reconocidas marcas de ropa, perfumes, maquillajes y carteras, se ubica un individuo sentado en el piso, con ropas sucias y desgastadas, en su mano sostiene tambaleante una taza de plástico que contiene algunas monedas de los ciudadanos que pasan y un poco de esperanza de poder comer algo hoy. Él es un actor social. Invisible.
En las calles desoladas, persianas bajas, no hay comercios, no hay vida. Solo contenedores de basura, algunas baldosas levantadas y de parte de quien camina: ganas de atravesar rápido ese sector. Ganas de salir de ahí ganas de no vivir esa cuadra. Quizás refugio de colchones de familias sin hogar.
Por último el consumo, que reina en la ciudad, que en las plantas bajas está representado por comercios de venta al por menor de artilugios varios, que satisfacen en diferente medida necesidades preestablecidas por ellos mismos, para poder vivir la vida del SXXI.
Luego, desde el primer piso en adelante, las empresas, este nuevo actor social, que lleva al rededor de un siglo presente en la historia de las civilizaciones, lo cual es poco si se consideran todas las civilizaciones conocidas, pero ha sido suficiente para modificar todo lo preexistente.
Al ver por las ventanas que se levantan sobre las calles estrechas encontraríamos un sinfín de escritorios que llevan la contabilidad de otras empresas, desde la vestimenta hasta la medicina, un único fin cose a todos los comercios: lucrar. Y otro legado de las empresas, los autos, entran en este mismo sector. Son la presencia más clara de la empresa en la sociedad. Más que movilidad, representan los millones que las empresas automotrices manejan, y ademas dejan una huella de su poder en todas las calles, estas empresas han entrado a las casas de todos los individuos, han analizado su estructura social, y han conseguido manipular sus intereses y hasta su imagen con tácticas de mercado.
Todo esto sin contar que esta ciudad es una máquina depredadora de recursos naturales, insostenible y además que sus intereses puramente económicos hace cada vez más amplia la brecha de polarización social. ¿O acaso podemos identificar algún proceso que intente hacer menos intrascendente la vida de aquél hombre que busca alguna moneda en su taza de plástico?
¿Acaso la movilidad de una «Zona X» al centro de la ciudad es más importante que la movilidad social real de las personas? ¿Acaso es la empresa la dueña de la ciudad? y por último me pregunto ¿Acaso, es un ciudadano un cliente?
PARTE II – PERO:
¿No es acaso el urbanismo de mercado el urbanismo mas sincero posible?
¿No es verdad que la ruta del dinero establece la honestidad de los intereses?
¿No será cierto que si esta ciudad es urbanicida, esto es lo que somos como sociedad?
¿Será verdad que esta coreografía sin fin, que resulta en polarización social es la única verdad?
Antes de establecer la verdad, hablemos de la realidad, y pensemos en mejorarla desde lo posible: comienza en donde estés, con lo que tienes. Comencemos en donde estamos con lo que tenemos. Sí, vendamos la ciudad al mejor postor, pero establezcamos con sinceridad los estándares básicos del mejor postor, porque extrañamente el mejor postor sea quien esté totalmente excluido de la teoría de la meritocracia, quien no puede verdaderamente comprender el valor de algo claramente no puede merecerlo, porque entre sus limitadas opciones podrá optar por destruirlo todo sin comprenderlo.
Hemos visto a lo largo de los años extensas urbanizaciones sin valor de mercado creadas para evitar la polarización social y como resultado lo único que han obtenido es segregación, más polarización, ciudadanos dejados de lado y áreas relegadas. ¿Es acaso eso buen urbanismo? ¿Es la vivienda social y el urbanismo social el buen urbanismo? ¿O su nivel de comprensión de los layers de la ciudad es tan bajo como quien solo piensa en el precio del M2?Seamos honestos, pero honestos de verdad, si tiene valor económico algunas veces también puede tener valor para la sociedad, el desarrollo urbano que integra a la ciudad que reconoce al APH (Area de Protección Histórica), que integra a las diversas comunidades, que reconoce recorridos peatonales y necesidades reales incluso si esas están vinculadas al mercado o bien a la educación, es el buen urbanismo.
Hay proyectos inmobiliarios pensados por desarrolladores millonarios que son excelentes proyectos urbanos y hay proyectos urbanos pensados para vivienda social que a través del discurso – como una careta – de integrar a la sociedad terminan por quebrarla aún más porque son idílicos inalcanzables. Muchas veces se basan en que quienes no pueden acceder a una vivienda digna la merecen sin más, pero finalmente estas personas no producen valor, no trabajan, no estudian y no entregan nada a cambio y la sociedad con su cruda honestidad termina finalmente por no integrarlos, y entonces me pregunto ¿de quien es la culpa? De quien desarrolló una casa de juguete sin soslayar la necesidad reales de integración social, ser dueño de una casa no es estar integrado a la sociedad, de hecho todos los ciudadanos que alquilan en Argentina están más integrados a la sociedad que quienes recibieron una vivienda social.
¿Acaso no debe ser un ciudadano tratado como un cliente? Desmitifiquemos el miedo de que un ciudadano sea un cliente, las mejores empresas del mundo colocan al cliente en el centro de la definición de un problema, recorriendo su «customer journey» el camino del cliente, para poder empatizar con el mismo y entender la necesidad real para darle una solución.
Bueno y ¿que hacen las empresas con los clientes? ¿y qué hacen las empresas para un cliente? ¿acaso lo estafan? ¿o por motus propio los clientes pueden elegir a quien compite mejor? este es el juego de la libre meritocracia, gana quien compite mejor, quien juega mejor y eso eleva la vara una y otra vez, entonces: elevemos la vara de la ciudad estableciendo estándares reales para los ciudadanos, respetémoslos y entreguemos a los ciudadanos realmente la capacidad de decidir donde vivir pero con posibilidades reales de elegir y no simplemente regalando una vivienda que en el fondo no vale nada mientras nos escondemos detrás de la bandera honrada de una falsa justicia social.
DERIVA – PLANEAMIENTO URBANO
SOFIA VILAR
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