La motivadora frase de Lucila Lalanne, directora de comunicación del Grupo Techint, resume la identidad de una compañía que hizo de la innovación su sello.

Donde todo comienza en Tenaris – Fundición de la chatarra en planta.
TECNOLOGÍA EN EL PRODUCTO, INNOVACIÓN EN EL SERVICIO. El compromiso del grupo no se limita a fabricar acero: implica un modo de estar siempre un paso adelante. Competir no significa derribar al otro, sino exigirse: desarrollar ciencia aplicada, investigar, ensayar procesos complejos y, sobre todo, trabajar con rigor para entregar soluciones que transformen mercados enteros.
La visita a Tenaris, una de las principales empresas del grupo, fue una inmersión en el corazón de un gigante que produce nada menos que 8,7 millones de toneladas de tubos de acero sin costura para la industria energética. En su sede de Campana, el acero es tanto materia prima como metáfora: fuerza, maleabilidad y permanencia.
El recorrido comenzó con una introducción general al universo del Grupo Techint —un entramado de compañías industriales y energéticas con presencia en más de 45 países, 89.000 empleados y un ingreso anual que en 2024 alcanzó los 36.300 millones de dólares—. Esa magnitud se traduce en capacidad real para llevar adelante proyectos como el Gasoducto Presidente Néstor Kirchner (GPNK), presentado como ejemplo de lo que parecía imposible y que hoy abastece la matriz energética argentina.
Adentrarse en los grandes espacios de producción es entrar en otra escala: auténticas naves industriales, cubiertas por entramados de cerchas metálicas que sostienen techos infinitos, donde las chapas opacas conviven con paños translúcidos que filtran luz natural y reducen la necesidad de iluminación artificial. La arquitectura aquí no es decorado, sino herramienta de eficiencia y de orden.
En estos espacios se recibe la chatarra que, antes de fundirse, pasa por sensores que descartan trazas de radioactividad. Luego, a 1.600 grados, el metal se convierte en acero líquido, un espectáculo sensorial que combina el resplandor incandescente con el sonido grave de las máquinas. Vestidos con trajes ignífugos, sentimos el calor atravesar cada capa: la experiencia corporal es tan intensa como reveladora del coraje de una empresa que se anima a procesos extremos, que se “ensucia las manos” para transformar el mundo.
El siguiente punto del recorrido fue la Control Tower, un espacio de precisión casi quirúrgica. Decenas de pantallas gigantes monitorean cada tramo de la producción, localizando fallas y acelerando la toma de decisiones. Como arquitecta, no pude evitar asociarlo con un plano urbano en tiempo real: una ciudad que se vigila a sí misma para no detener su pulso.
El cierre nos llevó al proceso de fabricación de los tubos sin costura: acero rojo incandescente estirándose como si fuera arcilla, domado por rodillos y hornos a temperaturas que desdibujan los límites entre lo sólido y lo líquido. En ese instante, la materia revela su ductilidad y, con ella, la capacidad humana de imaginar infraestructuras que sostendrán energía, movilidad y progreso.
La escala del predio impresiona, pero lo que más impacta es la coordinación del trabajo humano: equipos sincronizados, gestos medidos, compromiso visible. Esa dimensión intangible es quizás la que mejor explica el rol de Tenaris y del Grupo Techint: no solo fabrican insumos críticos para la industria energética mundial, sino que crean empleo, impulsan innovación tecnológica y diseñan el futuro con la misma lógica con la que se proyecta una gran obra arquitectónica: pensar en largo plazo, en sustentabilidad y en vínculos entre lo material y lo social.
Salir de la planta es volver al mundo exterior con otra mirada. Comprendemos que, en lugares como este, se hace funcionar el mundo: se produce energía, se generan oportunidades y se construye el andamiaje invisible de la vida cotidiana. La arquitectura del acero no está en los muros que habitamos, sino en los tubos que llevan la energía que los mantiene vivos.
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